2017/09/15

LOS BANDIDOS CORELLANOS





Una cuadrilla de ladrones y de salteadores asoló las tierras de la Ribera durante nueve años, los que van de 1810 a 1819. La gavilla la componían nada menos que veinticuatro sujetos, a cual de peor calaña, temidos de arrieros y de caminantes que en su ruta entre Aragón y Castilla atravesaban los caminos reales por Navarra.
Decíase capitán de todos ellos un tal Francisco Monreal, más conocido por el Moco, al que también se le reconocía por el sobrenombre de Madejero. Cuando se echó por primera vez a los caminos a robar, tenía tan solo veinticuatro años y era al tiempo de la francesada; tiempos en que tras la ausencia de Mina el Mozo se multiplicaron los robos y los asesinatos de las partidas sueltas que infestaban los caminos y robaban a cuantos los transitaban.
El Moco era un mozo bravucón y pendenciero. Tenía a gala el haber servido en la División de Mina y en la guerrilla de Tabuenca. Lo que no contaba era que el propio Mina había dado orden de apresarle a consecuencia de un robo que había cometido, y que luego escapó de la prisión lo mismo que escaparía años más tarde de la cárcel de Alfaro, del castillo de Tudela y de la ciudadela de Pamplona.
Era un alborotador a quien en el pueblo todo el mundo temía sin excluir a los propios de su cuadrilla. Y nada digamos del miedo que le tenían las autoridades locales a quienes continuamente vejaba y de quienes se mofaba a la luz del día. Por San Juan de junio de 1810 había despojado de su pistola al alcalde y del trabuco a un prior de barrio. A este último le estuvo luego esperando a altas horas de la noche en su propia casa con intención de matarlo, y como no llegara, cerró la puerta de la calle y arrojó la llave al tejado.
Eran fechas en que el ayuntamiento se había hecho cargo de todo el vino de los cosecheros y obligado a que se vendiera en la taberna pública para que no faltase provisión al vecindario. Acompañado un día del Bragueta y del Sordillo, nuestro hombre obligó al alcalde a bajar el precio del vino; y luego, sacando el gamellón a la calle, lo repartía gratis a todo el que pasaba.
Un día varios de la gavilla se metieron en el Ayuntamiento y tuvieron a bien burlarse en propia cara de todas las autoridades. El Moco se nombró a sí mismo alcalde y se sentó en el solio que a aquél correspondía. Llevando en la mano un palo de media vara a tres cuartos, iba nombrando a los de su cuadrilla a uno Regidor, a otro Justicia, a otro Prior de Barrio, Alguacil a otro, etc.
Toda esta mala ley contra las autoridades le venía de tiempo atrás en que, por haber discutido un día en la taberna con el Cachombo y el Mosquillo, estando los tres borrachos, había sido llevado a chirona. Peor fue, al poco tiempo, cuando acompañado del Bragueta, el Sordillo y un tercero, dieron todos cuatro muerte a los vecinos Benito García, Luis Cartagena, y Manuel Asiain. Él pudo de momento escapar, pero no los otros tres que fueron pasados por las armas de orden del general francés que mandaba entonces en la plaza de Tudela.
También era conocido este Francisco Monreal fuera de Corella. Él y su partida  se habían hecho famosos por los robos y los salteamientos sin fin que habían cometido. Pero de nadie eran más temidos que de los pastores, de los arrieros y de los viandantes. Y es que atravesar Navarra por el camino real que de Madrid llevaba a Zaragoza, o de Tudela a Soria, era una aventura demasiado arriesgada para cualquiera, y más estando como estaban estos mozos corellanos a verlas venir.

Pero veamos quiénes eran y cómo se llamaban:

Manuel Fernández, El Payo, es de Corella y tiene veinticinco años. Viste bien, maneja dineros y tiene poca aplicación al trabajo. Está complicado, como todos los demás, en varios robos.

José Jiménez, Marmitón, es también de Corella. Treinta y dos años.

Salvador García, El Pastor, es de Cintruénigo; aunque reside en Corella «desde pequeñico». Treinta y seis años.

Andrés García, el Pastor de la Romera, de Corella. Veinticinco años.

Matías Lázaro, alias El Florín, de Corella. Veinticinco años. Jornalero.

José Sola Puyol, natural de Calahorra y vecino de Corella. Treinta y tres años. Curial y procurador del tribunal del vicario forano y del alcalde de la ciudad.

José García Cornago, El Cazuelo, «cavador jornalero». Treinta y ocho años.

Manuel Martín, El Barquero, Treinta y cinco años.

Francisco Sainz, El Gualillo. Treinta y cinco años. Jornalero.

Xavier Sesma, El Tontera. Treinta y seis años. Jornalero.

Manuel Blázquez, conocido por el Viudo Corrucho o Corrucho viejo, cincuenta  tres años. Jornalero.

Bernardo Jiménez Eraso, alias El Calabaza, treinta y dos años. Jornalero.

Xavier y Manuel Rodríguez, Los Cabecillas, el último conocido también por El Furrias, los dos de Corella. Esquiladores.

Joaquín y Sebastián Rodríguez, sobrinos de aquellos, este último esquilador, también con el apodo de Cabecillas. El primero ventero de la Venta del Pillo.

Antonio Arnedo, El Montible. Labrador.
Pedro Cornago, alias El Porrón.

Francisco Delgado, conocido por el Gallo del Piri.

Matías y Francisco Blázquez, hijos los dos de El Corrucho, conocido el primero por el Sordo. Jornaleros dedicados a sacar regaliz.

Manuel Guillorme, el Zurramplas. Hortelano.

Antonio Martínez, el Porroncero. Trabajador en la fábrica de regaliz.

Juan Malo, llamado el Tuerto de Crisanto. Albañil de cuarenta y cinco años, «aunque hoy el probrecico no hace más que algunos remendicos». No tiene cometidos más delitos, según él, que el haber acompañado a su pariente o paniaguado El Moco a la feria de Marcilla a comprar dos borriquicas con la onza y media que cada año le da de limosna el cura de Corella. Le duele la cabeza desde que perdió el ojo, y ahora aún más desde que el alcalde le tiene metido en una cárcel oscura.

El proceso se abre con el robo llevado a cabo por Marmitón en el corral de Las Canteruelas la noche del 4 de enero de 1819. Está la noche de luna clara y hace frío. Ignacio Delgado, conocido por Rojito y su primo Prudencio Pascual, el Mondo, están ya acostados en la cabaña cuando oyen que llaman a la puerta. «¡Eh, mayoral, mayoral!». A las voces se levanta El Rojito y entreabre la puerta. Un hombre con una manta blanca al hombro le encañona con una escopeta.
−¿Quién está ahí dentro? –pregunta el bandido.
−Mi primo Ignacio.
Pues como se os ocurra tomar un arma, os aso a los dos a tiros y quemo luego la casilla con el rebaño y todo.
Se oían voces como de dos o tres hombres más por detrás de la cabaña.
−Ajo, sácame ya una de las dos ovejas que tenéis en el corral, −dijo el hombre.
El mayoral, todo asustado, se la sacó. Y el hombre se la mandó atar para echársela al hombro.
−Y ahora sácame un cordero y dos panes, y el bandido tomó solo uno. Luego, sin siquiera tratar de disimular la voz, inquirió:
−Señor mayoral, ¿me conoce vuesa merced?
Estaba el pastor tan asustado que ni siquiera respondió. Le miraba boquiabierto y temblequeaba.
−Le he preguntáu a vuesa merced si me conoce.
−No, −respondió temblando el mayoral.
Y el bandido, echándole una mirada de fuego, le despidió con estas palabras:
−Cuidado con el pico, ¿eh? Mucho cuidáu.
Cuando entró de nuevo a la cabaña el mayoral, su primo Ignacio le preguntó si había conocido al hombre; y como dudase, le dijo:
−Pues si vuesa merced no lo conoce, yo sí. Es el Marmitón, el casáu con La Liebre. Debería vuesa merced dar parte a la justicia.
A lo que el mayoral respondió que «hombre, estamos en la parición y tenemos que dormir en el campo; ¿a qué nos vamos a meter en enredos?»
La siguiente aparición del bandido no tiene lugar hasta la noche del 10 de marzo en se presentó en el corral de La Cantera, donde dos hermanos de corta edad, Gregorio y Manuel Fernández, de nueve y siete años respectivamente, guardaban el rebaño de su padre Manuel. Estando ya los dos dormidos, oyeron voces fuera de la cabaña. Se levantaron y salió a la puerta el Gregorillo.
−¿Tenéis pan ahí dentro?, −preguntó Marmitón.
Y respondiéndole que sí, le sacó uno.
−¿No tenéis más o qué?
El chavalín le sacó otro y el bandido, entonces, le dijo que le sacase un caloyo, a lo que el mocete le respondió que no podía hacerlo por no ser suyo el rebaño, sino de su padre.
−¿Me conoces? –preguntó el bandido.
−No, −respondió el pastorcillo.
−Pues soy el Antón Gutiérrez, el que mató a su mujer. ¿Sabes si hay alguien esta noche en el corral de Las Foyas?
El muchacho le respondió que sí, que estarían el mayoral y Manuel Pinedo.
No tardó en presentarse Marmitón en el corral de Las Foyas. Vestía calzón y chaleco de paño pardo anoguerado, camisa blanca, montera blanca y pañuelo del mismo color atado a la cabeza, alpargatas «cuasi nuevas» y medias negras. Llevaba echada al hombro una manta blanca con rayas negras y escondida en ella una carabina.
Estaba también la noche de luna clara. El perro de la majada empezó a ladrar y el mayoral se levantó a ver qué pasaba. A la luz de la luna pudo ver como a cien pasos del corral a un hombre que se defendía del perro a culatazos.
−¡Eh! –le gritó−. Contenga vuesa merced al perro si no quiere que lo afusile.
Llamó el Ruperto al perro y lo amansó. Entretanto el hombre se iba acercando poco a poco a la cabaña. Estando ya como a dos pasos de la puerta, dijo al mayoral apuntándole con la escopeta:
−¡Ajo, que lo parto!
A lo que el mayoral le preguntó qué se le ofrecía.
El bandido mandó «le apañase luego un cordero para él y su compañero Antón Gutiérrez, el que mató a su mujer»
−No puedo, −respondió el mayoral−. No es mío el rebaño. Un pan, si quiere, si que le puedo dar.
El bandido no estaba para perder el tiempo. Poniendo la escopeta al pecho le hizo entrar en la cabaña mientras decía:
−Pan ya tengo, ajo, que me lo ha dado el Gregorillo en el corral de La Cantera; trae tú el cordero si no quieres que te parta.
Cuando el mayoral quiso entregárselo, el bandido le dijo que se lo adobase y que le asara la asadura para comérsela allí mismo. Y estando el pastor en ese menester, le espetó el bandido:
−Ajo, ¿no me conoce vuesa merced, u qué?
−No, −respondió el pastor.
−Soy el Antón Gutiérrez, el que mató a su mujer. Y voy camino de La Rioja a buscar trabajo (mentía).
Era ya la madrugada del siguiente día cuando el Ruperto se fue la plaza del pueblo a beber el aguardiente y pudo allí ver al Marmitón con el que en el pueblo llamaban Treinta y Una. Vestía el mismo traje que la noche anterior con la manta al hombro, la montera blanca y el pañuelo atado a la cabeza. Nada le dijo por no quererse meter en líos. Pero fue a casa de su ama y se lo contó todo. Ésta dio parte a la justicia, y el Marmitón fue apresado de orden del alcalde de la ciudad a los pocos días.
El Marmitón juraba y perjuraba que en la tarde del día 10, después de volver del campo, se había ido a la taberna a beber. Y que luego se había subido con su nuera a casa de Bernardo López, con quien estuvieron charlando y echando un trago hasta las nueve. Que luego, con su mujer y la que llamaban Josefona, se habían ido a casa de su propia hermana que estaba para parir. Y que al rato había ido a dormir sin que se levantara ni saliera de casa hasta las siete de la mañana en que se había ido a la plaza del Mercado o de las Verduras a echar el aguardiente.
Estando ya preso llegaron nuevos cargos contra el bandido. Gentes que hasta entonces no se habían atrevido a delatarle, dieron por fin el chivatazo. Y aunque se sabía que en 1814 El Marmitón había estado ya en la cárcel por haber robado entre dieciocho a veinte mañas de cáñamo recién “esquimenzado” de la huerta de don José Mateo, un rico hacendado de la ciudad, se hicieron nuevos cargos contra él. Hacía más o menos dos años que se habían roto las cerraduras de la cabaña del huerto de Nolasco Peralta, Justicia de la ciudad, y se habían robado una azada, una red de cazar pájaros y una soga grande. Pudo un día saberse que la azada la llevaba Marmitón al hombro cuando iba a cazar. Y así se le imputaron y probarían otros muchos robos ejecutados en cuadrilla.

Había de ser precisamente ese año de 1814 cuando los bandidos comiencen a dar muestras claras de su actividad. En el anochecer del día 2 de septiembre asaltan la casa de campo llamada de Valdelafuén, sita en los montes comunes del Cierzo. Eran como las once de la noche cuando dos hombres, uno vestido con uniforme y gorra de granadero, armados los dos de fusil y bayoneta, irrumpieron en la entrada y obligaron a la familia a echarse en el suelo; «y les pegaba dicho granadero porque no se echaban». Ataron los brazos a los colonos y les vendaron los ojos con unos pañuelos. Y estando en esas dijo el granadero a su compañero:
−Dile al Sargento que venga.
Al punto se presentó un tercer hombre acompañado de dos pollinas y un perro negro (perro del que por cierto no había de separarse ni aun estando en la cárcel). A este, que luego resultaría ser Manuel Ruiz El Rauto, se le describe «chiquito de estatura, robusto y negro». Y se queda montando guardia en la puerta mientras el granadero y su otro compañero saquean a su antojo las dependencias de la casa.
Tres horas largas duraría la operación, que les llevó a robar cuatro talegas de trigo, varias ropas, garbanzos, gallinas y hasta un trabuco. Y cuando ya se dieron por satisfechos obligaron a los colonos a introducirse en un cuarto bajo de la casa y les quitaron los pañuelos de los ojos.
−Quietos aquí hasta que salga el sol, −amenazó el granadero−. ¿habéis oído?
Muy felices se las prometían los tres bandidos protegidos en su huida por la oscuridad de la noche y suponiendo que los colonos habían de permanecer en el cuarto bajo de la casa hasta que llegara el amanecer. Tomando el camino alto hacia Corella, caminaron a paso tranquilo algo distanciados entre sí. Pero los colonos, una vez que los ladrones habían desaparecido, decidieron escapar de su encierro y arrear por el camino bajo hacia Corella a paso acelerado. Así pudieron tomarles la delantera a los bandidos.
Alertados los del Cuerpo de Guardia por los alguaciles, salieron con soldados a esperar a los ladrones. Por el barrio bajo se dirigieron al portal de San Francisco y se apostaron tres en el Crucifijo; el Cojo se ocultó junto al puente sobre el río mayor.
Al rato vieron aparecer por el camino un perrito negro, luego un hombre con arma de fuego y algo más distante otro que arreaba una borrica. Al primero de todos le dejaron subir por el portal de San José; pero al segundo, que resultó ser El Moco, le dieron el alto y lo apresaron. El tercero se les escapó después de que disparase un trabucazo que a nadie alcanzó, y que hizo que se espantara la borrica y se fuera suelta calle arriba, cargada con las talegas de trigo. El Rauto sería algo más tarde apresado en su propia casa.
El robo dio mucho que hablar en toda la comarca y, por lo que luego declararían los de Valdelafuén, el mismo día del asalto al anochecer habían visto al Rauto y al Madejero echando lazos para cazar junto al Corral del Ojo, cerca de la finca. El Rauto, sin embargo, negaría este dato. Y afirmaría que todo el día anterior se lo había pasado en compañía del Narro y del Madejero pescando en la parte de la olmera, junto al río mayor. Aunque poco importaba si lo que había estado haciendo era cazar o pescar, puesto que le habían cazado con los efectos del robo. Por lo que luego se sabría, los tres se habían dado cita junto a la ermita de Santa Ana, siendo el último en llegar El Rauto con las dos borricas.

Los asaltos se suceden por estas fechas con tal frecuencia que la cuadrilla acaba por cobrar fama y se hace temer de cuantos transitan los caminos hacia La Rioja, Aragón y Castilla. En memoria de los bandidos, una subida del camino entre Los Fustales y Cascante quedaría para siempre bautizada con el nombre de Cuesta [de los] Ladrones.
Tenían los bandidos por confidentes y colaboradores íntimos al barquero de Castejón y al Ventero de la Venta del Pillo, uno de los famosos Cabecillas este último, también conocido por El Furrias. Los dos acabarían también siendo apresados.
Es la madrugada del día de san Bartolomé de 1817 cuando los bandidos llevan a cabo otra de sus acciones más sonadas. Hallándose Fernando Castillo, vecino de Alfaro, en su corral de Valdomil, sito en la Val de Ominoso, como a la una de la madrugada se le presentaron entre cuatro y cinco bandidos poniéndole uno de ellos la escopeta al pecho y diciéndole que no se moviera, que se echase en tierra; y a él y a sus dos hijos los taparon con mantas de acarrear paja. Dice el de Alfaro que no duda había más de cinco hombres que en un principio se dejaron ver, y que el primero de todos, el que le puso al pecho la escopeta, «llevaba ropón de soldado de los de color franciscano, lo que pudo ver porque había luna bastante clara».
Al cabo de hora y media en esa posición, y notando que no se oían ya voces, el asaltado se quitó la manta y trató de levantarse. Pero oyó una voz roncajosa y fingida que le conminaba a echarse de nuevo y a taparse. Pasada otra media hora volvió a descubrirse y, viendo que los bandidos habían desaparecido, se levantó a hacer recuento de lo que le habían robado. Eran en total unas treinta fanegas de trigo, doce talegas navarras y otra grande de nueve medias, una azada grande con cabo de carrasca, unas alforjas castellanas con un pan dentro, un “ablentón” pequeño nuevo y alguna que otra cosa. Y queriendo observar la dirección que en su huída habían tomado los ladrones, pudo saber que tiraron hasta la senda de Autol por rastrojos y barbechos con dirección a Corella. Deduce por las huellas que una de las caballerías estaba recién herrada y que otra de ellas era un borrico porque estando boca abajo tapado con la manta lo había oído rebuznar.
Los ladrones escondieron durante algún tiempo los efectos del robo en un cañar próximo llamado del Miguelillo, en término de Fugénique y frente al huerto de Caranto, cañar que había quedado custodiando uno de los ladrones montando guardia a la puerta con un trabuco.
Entre los asaltantes, por lo que luego había de saberse, se contaban El Payo, El Moco y El Calabaza. Pero fueron bastantes más los que aquella noche se habían dado cita en el corral de Valdomil, y entre ellos El Curro, quien viniendo el día de san Bernardo con una caballería menor cargada con esportizas y cubierta de mantas camino de Cintruénigo, le había dicho a un convecino suyo que aquello que transportaba «era nieve para Tulebras». Buena nieve era aquella, sí. Y otro testigo afirmaría que por las mismas fechas, un día en que hubo una gran tronada, pasando por junto al corral del Rufo camino de Las Barrenillas –que dirige de Cintruénigo a la cañada de Alfaro—se había topado con el Corrucho Viejo que pasaba con una borrica cargada de trigo. Y que habiéndole preguntado que a dónde iba, le había respondido que a buscar a su hijo, El Sordo, y a Sebastián, el hijo de la mesonera. Pero que a la tarde, después del nublado y estando todavía lloviendo, lo había vuelto a encontrar en el sitio donde se decía que guardaban lo robado. De que se formó de él muy mal concepto.
No había de pasar el año son que los bandidos llevasen a cabo otros tres salteamientos a mano armada. El primero de todos un domingo de mayo cerca del barranco que llaman del Cura en jurisdicción de Aldeanueva, a un hombre que bajaba por el camino real que de Calahorra conducía a Carvera, y que venía en compañía del Tuerto de Sastrica a quien había alcanzado en el camino.
Cuando los dos llegaban al barranco, les salieron al paso cinco bandidos con las caras descubiertas y con mantas al hombro cargados todos de trabucos, que les obligaron a echarse en tierra. Una vez en el suelo, les vendaron los ojos y los empujaron hacia una barrancada fuera del camino donde les pidieron el dinero que llevaban encima amenazándoles uno de los bandidos con pegarles un tiro si no lo sacaban o si no le decían dónde lo llevaban escondido. A lo que otro bandido apostilló que sería mejor matarlos de puñalada, que hacía menos ruido. Hasta esas fanfarronadas se permitían.
Al de Calahorra le quitaron de las alforjas cuatro duros en oro de una pieza, dos en otra y medio en plata que llevaba consigo, a más de una bota de vino de seis pintas de cabida, un pañuelo de hilo de colores, y la cincha de uno de los machos que llevaba en la recua. Así lo tuvieron detenido durante más de cuatro horas durante las que pudo percatarse de que había más bandidos de los que en un primer momento le habían salido al paso; y de que fueron a todo lo largo de ese tiempo echando el alto y robando en la misma forma a varios pasajeros más que por el camino iban llegando. Cuando al cabo de ese tiempo sospecharon que ya los bandidos se habían dado a la fuga se quitaron los pañuelos de los ojos y pudieron ver al resto de los robados. Entre los que se encontraba el Tío Juaquín, arriero de Teruel, un tal Tío Martín, de Almonacid, y alguno más hasta ocho. Al Cojo de Sastrica le habían robado en total veinticuatro duros, a otro una porción de añil que desparramaron por el suelo, y a otro una bacalada de abadejo. Todos juntos se dirigieron a hacer noche a la Venta del Portagillo, en jurisdicción de Cervera, a dos horas y media largas de jornada desde Corella.
Poco tiempo después sería robado el molino de Cintruénigo, tomando parte muy principal en la acción Manuel Fernández El Payo y otros conocidos suyos de la cuadrilla como eran los hermanos Cabecillas, El Corrucho, Sola, El Montible y El Cazuelo. Y a finales de año, ya con las primeras nieves del invierno, dieron otro golpe de mano en las inmediaciones de la Venta del Pillo, en jurisdicción de Alfaro. No olvidemos que el ventero era primo de lo famosos Cabecillas.
Cuenta Micaela Montero, más conocida en Corella por La Gordilla, que yendo un día domingo del invierno de 1817 acompañada de su marido ya difunto camino de Agreda a vender liza «y otras frioleras», se quedaron a oír misa en la Venta del Portagillo. Y que haciendo después de la misa conversación con la posadera, que se llamaba Babila, ésta les había dicho que cómo se atrevían a transitar con aquel tiempo por aquel camino cuando tanto se hablaba de los robos que incesantemente se cometían por aquellos contornos. Y que allí mismo tenía a unos arrieros que acababan de llegar a la Venta y que acababan de ser robados en las proximidades de la Venta del Pillo por unos siete ladrones que les habían asaltado cuando venían de camino.
Estaban allí los hombres, todos enfurruñados y cabizbajos, contando lo que les acababa de pasar. Y era que viniendo con las borricas cargadas de abadejo, les habían echado el alto en el camino unos siete ladrones; los habían atado y les habían amenazado con quitarles la vida si no les daban el dinero que llevaban. Pero viniendo como venían de comprar la carga era poco el dinero que les había sobrado. Y así les quitaron un fardo de abadejo y toda la ropa que portaban. Lo que no debió de satisfacer demasiado a uno de los bandidos –por la voz gangosa debía de ser El Curro—que volviéndose a sus compinches les había dicho en tono de enfado:
–Ajo, ¿aísto aimos venido?
La recriminación iría seguramente dirigida al ventero de la Venta del Pillo o al Barquero, pues los dos se hallaban también en el asalto y sería uno de los dos, sin duda, el que había dado el chivatazo para salir al paso de los arrieros.
Con el Curro se habían echado también el camino ese día El Tontera, El Viudo Corrucho, El Gualillo, el Sola y El Cazuelo. Y en Corella comenzó a circular la voz de que en casa de todos ellos comían «buenos pucheros de abadejo», dando a entender que lo habían robado.
A todo esto la justicia había ya tomado cartas en el asunto y hecho numerosas diligencias para el esclarecimiento de los hechos. De sus resultas varios de los de la cuadrilla habían sido apresados y conducidos a la reales cárceles de Pamplona. Pero cumplida la sentencia, que en la mayor parte de los casos vino a ser de seis meses de arresto mayor, o tras haberse fugado de la cárcel los bandidos volvieron todos a las andadas.
La víspera del domingo de Ramos del siguiente año de 1818 fue asaltado en los olivares de Cintruénigo un hombre de Fuentestrún que traía a vender en el pueblo una carga de abadejo. Cuando ya caía la tarde, entre dos luces, observó que junto al tercer olivo según se entraba al pueblo había apostados tres hombres de mala catadura. Al llegar a su altura uno de ellos saltó al camino; y poniéndole un cuchillo al pecho, le dijo que echase en tierra. Atado de manos con su propia faja y cubierto de una manta, lo retiraron del camino hacia los olivares; donde le registraron detenidamente diciéndole que si le encontraban dinero lo habían de dejar allí muerto. Como era poco el dinero que llevaba, tan sólo unos pocos maravedises, le quitaron un baste de las caballerías.
Por san Roque de este mismo año salen los de la cuadrilla al paso de un tal Josesón, criado de unos pañeros de Munilla, que venía de Tarazona a Haro con cuatro machos cargados de paño. Al pasar por la Venta del Pillo para Aldeanueva, siete hombres enmascarados y con armas de fuego en las manos se apoderaron de él, le taparon los ojos con un pañuelo y, llevándolo enseguida a un cercano barranco, lo dejaron tumbado boca abajo cubierto por una manta. Uno de los ladrones le pegó un culatazo con la escopeta cuando trató de resistirse; pero enseguida se otó la voz de otro que decía:
–Va, déjalo; que para matarlo cuando quiera hay tiempo.
Cuatro horas pasaron hasta que llegó la noche. Y justo un poco antes de que ésta llegara, como entre nueve  y media y diez de aquella tardeada, el criado oyó que los ladrones discutían con alguien y echaban algunos “ajos” y expresiones fuertes. Aguantó como pudo bajo la manta hasta que cesaron las voces. Y al rato, levantándose, vio que los bandidos habían desaparecido.
Fue enseguida a ver qué había pasado con sus cuatro machos y con el género que portaba. Desparramados por el suelo había bastantes recortes de paño. Dos de los machos estaban cargados, un tercero con la carga en el suelo, y el otro en pelo. Los bandidos se habían apoderado de la carga de este último y le habían además robado siete napoleones de cinco francos, una cincha, una sábana, una manta, una soga, cinco cordeles de enfardar, la escopeta, la canana, el saco de dormir, la cartera con algunos papeles y el pasaporte. Y aunque él no lo dijera, también le habían robado varias arpilleras de paño de Brabante con las que los bandidos habían de forrarse las polainas. Para la Virgen del Rosario, todos los de la cuadrilla sin excepción se habían mandado confeccionar calzones, chaquetas y capotes de aquel paño, que sabemos era anoguerado color pasa o corteza. Dice un testigo que «después de las últimas vindimias ivan todos mucho majos»; y otro afirma que fue «cuando se vendían los moscateles».
El criado de los pañeros de Munilla no llegó a verlos vestidos tan majamente; y sólo sabe describir a grandes rasgos cómo iban vestidos el día que le robaron: dos llevaban calzoncillos blancos de lienzo, otro dos calzones de lienzo tintados de morado y azul, y todos en mangas de camisa excepto uno que vestía calzones de paño pardo y chaqueta de pana negra.
Pero para cuando llegó san Miguel de septiembre y la Virgen del Rosario, que es cuando tan majamente vestían los ladrones, éstos habían dado ya otro golpe de mano. Y es que no paraban. Por san Mateo salieron a dos de Grávalos que volvían de vender unos cerdos en Cintruénigo. Iban los dos tan tranquilos cuando, al llegar a un barranco que había próximo a la Venta del Pillo, vieron que por el mismo camino se acercaba echando ajos contra su caballería el ventero Joaquín, el primo de los Cabecillas. Se saludaron sin más y no le preguntaron por qué llegaba tan enfadado. Y el caso es que los dos decidieron llegarse a una abejera próxima al camino, que estaba sin puerta, a coger unos higos que les apetecía comer. Al tiempo de entrar en la cerca de la abejera les salieron dos enmascarados con trabucos en la mano, y aún vieron a un tercero que se movía al fondo.
Total, que les robaron los cincuenta y tres duros que traían de la venta de los cerdos. Y no dicen más, sino que a nadie conocieron; y que sólo tienen algunos recelos del ventero Joaquín.
El 2 de noviembre un arriero de Urdiain que caminaba con su recua de machos desde Cintruénigo a la Barca de Castejón fue sorprendido por tres hambres con trabucos al remontar la cuesta desde la que se divisaba la barca. Dos de ellos se cubrían con mantas coloradas y el tercero con capote negro y sombrero. Uno de estatura mediana y recio de cuerpo le gritó a distancia como de un tiro de perdigones que arrojase la bolsa; pero lejos de acobardarse, el arriero se apeó de la cabalgadura, asió su carabina, y se pertrechó tras la caballería dispuesto a defenderse. Fue entonces cuando se percató de la maniobra de los tres salteadores, que se habían separado sin duda para cercarlo. Entonces salió a escape huyendo hacia la Venta de la Espartosa mientras disparaba un tiro contra los bandidos sin alcanzar a ninguno.
Y así llegamos al día de la fiesta de san Francisco Javier, 3 de diciembre. Va a ser un día importante por lo que en él suceda y porque a su consecuencia se va a llevar a cabo la prisión del que por todos era tenido «por corifeo y capitán de todos los salteadores de Corella», es decir, Francisco Monreal El Moco. Veamos qué sucede en la plaza a estas horas de la media mañana, poco antes y poco después de la misa de once. Están los hombres en corrillos vestidos de pana negra por ser día de fiesta. La noche ha sido lluviosa y aún chispea.
Dos hombres, curiosamente vestidos de labor, charlan apostados a la pared de una casa de la esquina de la plaza. Los dos son de Aldeanueva, en Castilla, donde ese día no es fiesta. Aunque uno de los dos, el más fornido, hace ya varios años que ejerce de herrero y cerrajero en Calahorra. Como son paisanos, charlan amigablemente.
El ministro de Justicia de la ciudad se acerca al herrero y le comenta al oído que «si conoce a alguien» le dé aviso. Está el herrero con un besugo en la mano y escudriña con la mirada cada grupo de hombres.
–No. No es ninguno de los que están aquí.
Todo el mundo sabe ya, en la plaza, que a ese hombre le han robado de madrugada cuando venía a la ciudad a compra garbanzos. Y que para comprar el besugo ha tenido que vender un par de zapatos que traía en las alforjas.
La noche había sido de aguada y el amanecer de nieblas. En Pozoamargo, a poco más de una legua de la ciudad, cuando el herrero llegaba a la altura de una viña cercada de tapias, tres bandidos le habían cortado el paso armados de todas armas. Vestía uno capote pardo, otro de color franciscano y el tercero se cubría con una manta vieja de rayas. Uno de los tres le había puesto una pistola al pecho y, obligándole a entrar en el cercado de la viña próxima al camino, le había hecho tenderse boca abajo en el suelo. Fue ese mismo el que le registró los bolsillos y le sustrajo los nueve duros que llevaba encima: cuatro en oro, tres en plata y diez pesetas sueltas.
Estaban los hombres esperando aentrar en misa cuando llegó a la plaza el conocido por Gualillo. Traía las alpargatas mojadas y, sospechando que pudiera bin tratarse de uno de los implicados en el robo, uno de los mozos le comentó:
–¿Del campo, u qué?
El Gualillo captó la indirecta por tratarse de día de fiesta.
–No, de andar a la caza de ánades, –respondió.
Y como después de la misa también se presentaran en la plaza el Moco y el Pastor de la Romera con las alpargatas mojadas, nadie dudó fueran ellos los ladrones.
No iban a pasar siquiera cinco días sin que los bandidos cometiesen otra de sus fechorías. Era el día de la Purísima Concepción y un pobre hombre de Valdemadera que venía conduciendo un borriquillo con una carga de vinagre se topó ya cerca de Corella con un espadador de Cintruénigo al que se conocía con el sobrenombre de el Fuentes y que se llagaba a la ciudad a cobrar una partida de cáñamo que hacía poco había vendido. El de Valdemadera le dijo que tuviese cuidado con los de Corella, porque aquella misma mañana habían asaltado a uno de Alfaro en la subida de la cuesta Nuestra Señora de Vizmanos, camino de la ermita de San Marcos, en los montes comunes.
El asaltado era conocido por el hijo del Peroncillo y había salido poco antes del amanecer de Alfaro con dirección a Tudela montado en una caballería menor. A poco más de un cuarto de legua de andada alcanzó a dos arrieros, uno aragonés y el otro un pastor de La Rioja, que seguían el mismo camino. Y todos convinieron en hacerlo juntos para mejor poderse defender de los muchos ladrones que por aquellos sitios había. Llegados al cabezo de Nuestra Señora de Vizmanos, como a dos horas de Alfaro, les salieron tres hombres con armas de fuego que les amenazaron y les obligaron a tenderse en tierra. Al Peroncillo le ataron las manos y le vendaron los ojos, y a todos los llevaron a un barranco cercano. Al arriero aragonés le deshicieron el baste de la caballería y le encontraron allí cinco onzas de oro. Al otro le robaron una merluza y la comida del día.
–Quietos ahí, –les dijeron− hasta que pasen por lo menos dos horas Estamos esperando a que lleguen otros arrieros.
Fue al día siguiente cuando, volviendo de Tudela, el Peroncillo observó que por el camino de Murchante venían dos en su misma dirección. Y pensando que serían conocidos decidió esperarlos. Pero al punto vio que otros tres les salían al encuentro. Y como sospechase que pudieran ser los mismos ladrones del día anterior, decidió seguir sólo el camino. Al llegar a Alfaro se enteró de que habían sido robados Antonio El Calderero y El Antolín.
El Antolín era de oficio alpargatero y había bajado a Murchante a por dos cargas de vino. Allí se había encontrado con el Antonio que volvía del martinete y los dos, por ser paisanos, habían decidido hacer juntos el viaje de vuelta. Cuando llegaban por el caminico de san Marcos a la Cruz del Guantero, el alpargatero le pidió la bota al calderero; y al tiempo de irla a coger de la caballería, observaron que junto a la cruz había dos hombres medio echados en el suelo que hacían un movimiento como de coger los trabucos.
–¡Ojo!, –le gritó el Antolín al calderero–. Aquellos dos de allí parecen ladrones.
El calderero cogió una escopeta que llevaba en la borrica y se previno a defenderse. Pero los dos hombres les gritaron:
–Tranquillos, que aquí no hay miedo.
Sin embargo un tercero, que estaba oculto tras unas matas, y que iba en mangas de camisa y con calzones de pellejo blancos, les salió por detrás y les echó el alto desde el cabezo.
–¡Ajo, al suelo los dos, venga!
No paraba de blasfemar y de proferir expresiones obscenas. Al Antolín le ataron las manos con su propia faja y al calderero le vendaron los ojos con un pañuelo.
–¡Al suelo,ajo!
Saltaron luego los otros dos al camino y les obligaron a retirarse a la barrancada.
–El dinero, venga!
Y les decían que por cada maravedí que les encontrasen les habían de dar una puñalada.
Se hablaba de robos a un vecino de Fitero en el puente de Corella, de otro ejecutado a unos trigueros aragoneses, de reses en los corrales y de frutos en los campos. Nada digamos de la mucha leña que faltaba de los montes de Yerga, y que se sabía la robaban los de la cuadrilla de Corella. De entre los más activos, casi todos señalan al ventero de la Venta del Pillo, de quien un testigo dice «que andaba metido en cuasi todos los robos»
Viniendo un día hacia Alfaro un pelaire de Tarazona, sería como el 18 o el 19 de diciembre de este mismo año, al llegar al punto en donde cruza el camino el agua de un arbellón, le sorprendieron dos hombres que le salieron del barranco armado el uno con escopeta y el otro con cuchillo. Lo metieron en el arbellón y tuvo que darles seis onzas de oro que llevaba en seis piezas. Buen observador era este pelaire, pues nos describe al de la escopeta como «de estatura de cinco pies y medio, edad de unos treinta años, facciones en la cara regulares, color claro aunque soleado de labrador, vestido con alpargatas finas, medias de lana color como de corteza, calzones de piel color de chocolate claro, ajustador de lienzo blanco, chupa de paño pardo, sombrero ancho y capa negra algo roya de vieja».
El último robo que se les reconoce a los bandidos corellanos fue llevado a cabo en la tarde del domingo 14 de marzo. Justamente el día anterior el Largo de la Romera, su cuñado Morín y el Pastor, se habían ausentado de Corella y pasado el Ebro por el pontón de la Barca de Castejón. Según ellos mismos manifestaron, el Pastor le había dicho al Largo que tenían la intención de salir de madrugada hacia la Venta de la Espartosa a por un cebón que «iba para la carnicería y se había quedaú canso». El Largo iba a Arguedas acompañando al Morín que iba «a buscar quiacer».
Salieron nada más echar el aguardiente bien arropados en sus capotes porque hacía cercera, y tras cruzar el Ebro por el pontón, el Largo pasó el Soto y se dirigió por el camino de Valtierra seguido a pocos pasos del Morín. El Pastor siguió recto por la Vía del Carro que dirigía a la Venta y, al llegar al sitio de las Bardenas que llamaban Los tres Hermanos, se fue a pagar dos reses que debía al criado del pastor salacenco, Moncho. El lunes, dicen, volvieron a cruzar el Ebro ya de vuelta a su casa.
Sería todo eso verdad. Pero también lo fue que como a las cuatro o cinco de la tarde habían asaltado a dos trigueros de Caparroso que venían de vender sus cargas en Corella. al llegar al sitio o legua que llamaban de Valfondo, dos hombres enmascarados y armados de escopetas se abajaron de un alto quedándose un tercero como cien pasos atrás. Apartándolos del camino, los condujeron a una trapuesta en donde los ataron con sus propias fajas y les vendaron los ojos. Lo robado era el importe de la venta de doce robos de trigo menos un cuartal, a once reales de vellón el cuartillo.
Estaba ya la justicia para estas fechas a punto de dar con todos en la cárcel, y sólo quedaba por esclarecer u robo de varias arrobas de aceite y de jabón que se había cometido el 13 el octubre del año anterior. El testimonio de un cedacero de Corella y los buenos oficios del alcalde de hijosdalgo de Los Arcos, don Aniceto Pujadas, acabarían por escarecer el hecho.
Iba este cedacero vendiendo género de feria en feria y recalaba en casi todas las Ventas. Estando el día de la Purísima Concepción en la Venta del Confite, camino de Agreda, oyó decir a unos arrieros aragoneses que días antes les habían robado en la Cuesta la Reina una carga de garbanzos. Y a principios de enero oyó también a un vidriero en la posada de Autol que le habían robado unos ladrones en los Cuatro Caminos, junto a la Cruz de piedra  entre Tudela y Alfaro.
Fue también este hombrico por Todos los Santos a la feria de Los Arcos, acompañado de su mujer, y los dos se hospedaron en casa del alpargatero Vicente Serrano que, mire usted por donde, era hermano del Curro de Corella. Y por ahí comenzó a descubrirse el pastel. El alpargatero les preguntó si no se habían topado en el camino con El Cabecilla, El Zurras y El Zurramplas.
–No, –respondió el cedacero−. No mái topáu con ellos.
–Pues ajo, −se quejó el alpargatero−, antiaer le facilité la venta de unas arrobas de aceite y de jabón, y aún no mán dáu la parte que me tocaba.
De vuelta ya para Corella, en la venta de Lodos, el matrimonio se encontró con El Maño y con su mujer La Cuca, también de Corella, quienes le dijeron que a los tres mozos los habían visto con tres borricas cargadas de pellejos cuando subían a la feria y luego con las tres borricas sin carga camino de Lerín. Eso era todo. Y por el hilo se sacó el ovillo.
Poco a poco irán cayendo todos en manos de la justicia. El 1 de abril de 1819 son apresados el Largo de la Romera, el Morín y el Pastor, el 6 el Payo y el 7 José Sola. Tras un intento de fuga de la cárcel de Corella, el 17 son todos trasladados a las reales de Pamplona juntamente con el Moco y el Marmitón que habían sido apresados con anterioridad.
El 1 de mayo caen el Barquero y el Cazuelo. y el 14 son declarados prófugos el Montible y los tres Cabecillas; de quienes da la justicia las siguientes señas particulares:
Manuel Rodriguez: estatura regular, grueso de cuerpo, muy poblada y cerrada la barba, el pelo de la cabeza claro y algo calvo por delante, los ojos garzos y tristes, su vestir paño pardo y la edad de treinta y cuatro a treinta y ocho años.
Xabier Rodriguez: estatura como seis pies, color moreno cetrino, pelo claro negro, ojos garzos y tristes, su vestir paño pardo, de treinta a treinta y cuatro años.
Joaquín Rodriguez: estatura regular, barbilampiño, los ojos azules y tristes, de veinticuatro a veintiocho años y el vestir de paño pardo como los anteriores. (Era el ventero de la Venta del Pillo).
Antonio Arnedo, alias Montible: bien parecido, muy alto y recio, pisa ancho, ojos azules, mirar modesto, abultado de cejas, pelo castaño oscuro, edad de veintiséis años.
Los cuatro serían al poco tiempo apresados mientras esquilaban en un pueblecillo del valle de Ansó.
El 9  de junio son apresados el Gualillo y el Tontera, y al día siguiente el Calabaza y el Tuerto de Crisanto.
La Real Corte dictó sentencia el 12 de noviembre condenando al Moco, al Montible y a José Sola a ocho años de presidio en el Peñón de la Gomera. El Curro, el Barquero y el Corrucho Viejo serían condenados a seis años, el primero en el Peñón y los dos últimos en Melilla. A seis años de presidio en Ceuta fueron condenados el Pavo, el Gualillo, el Morín y el Pastor de la Romera. A cuatro en Melilla el Marmitón, y en Ceuta el Tontera, el Calabaza y el Cazuelo. El Tuerto de Crisanto sería condenado a dos años en la ciudadela de Pamplona, donde a poco había de morir.



NOTA
Esta es la trascripción de un capítulo del libro Bandidos y salteadores de caminos. Historias del bandolerismo navarro del siglo XIX, cuyo autor es Fernando Videgáin Angós. Publicado en 1984, se puede encontrar en 40 bibliotecas públicas de Navarra, pero no en la de Corella.


2017/09/14

Navarra Euskal Herria: Historia, lengua y cultura.

Hoy en día, sobre todo en Navarra, hay muchas personas para las que la expresión “nosotros los vascos” está totalmente enfrentada, de manera excluyente, a la expresión “nosotros los navarros”, aunque para algunos sean sinónimas y para otros la segunda se incluya en la primera. ¿Somos vascos? ¿Navarros? 


Intentaré explicar esta situación...


Este artículo, traducido al polaco por mi amiga Monika Czerny, se publicó en el libro Przezwyciężanie niemożliwego : Baskowie i ich język, editado el año 2008 por la Universidad de Poznan en colaboración con la Universidad del País Vasco.



Euskaldun guztiok gara nondik edo handik nafar

Koldo Mitxelena



Laburpena:
Herri txikia izanik ere, oso konplexua da Euskal Herriaren izaera. Eta gaurko gizartearen konplexutasunaren atzean historia konplexu bat dago. Artikulu honetan saiatu gara azaltzen zertan datzan historia hori. Euskal Herri deiturak euskararen lurraldea edo euskararen jendea nahi du esan (euskaraz herri izenak bi zentzuak hartzen baititu). Dudarik gabe geure herri gisako kontzientzia guztiz lotua dago geure hizkuntzari, euskarari. Baina kontuan izan behar dugu ere euskaldunok Europar estatu bat eraiki genuela, eta estatu horren izena Nabarra izan zela. Gero estatu hori auzoko estatuek desegin zuten eta orain zaila egiten zaigu euskaldunoi nabar gisa aurkeztea gure burua. Artikuluan azaltzen dugu nola nabar kontzeptu horrek euskalduntasunari lotua dagoela bere hastapenetan, eta modu berean gure historiari eta kulturari. Horren harira azken urteotan talde batzuek Nabarra izena aldarrikatzen dute gure nazioa izendatzeko.


En euskera, dicen los gramáticos, sólo existen, originariamente, dos series, dobles, de pronombres personales: Ni(k) - Hi(k) / Gu(k) - Zu(k) [Yo - Tú / Nosotros - Vosotros]. La relación expresada mediante el signo «-» refleja los polos de la comunicación y mantiene el mismo vocalismo, mientras la relación expresada por «/» es mucho más compleja. No es una mera pluralización, no es un yo al que se añade una marca de plural, es algo distinto que formalmente exige un vocalismo distinto. Es también algo indefinido. No es “yo quién hablo” o “tú a quien hablo”, que entran dentro de una perspectiva lingüística[1]. Se pone aquí de manifiesto la base de la cultura, el juego entre lo individual y lo colectivo. Porque el nosotros no puede escapar de la esfera del yo ni el yo de la esfera del nosotros. El nosotros es a la vez un todos, un muchos y un algunos. Un algunos, o sea, los familiares, los amigos, los conocidos, los vecinos, los paisanos. Un muchos: los navarros, los polacos, los inuit, los mapuche, los que hablamos euskera, los que hablamos polaco, los estudiantes, las trabajadoras del hogar, las mujeres... Un todos: los llamados seres humanos.

El nosotros es siempre una construcción cultural, ideológica, histórica, institucional. Un caso paradigmático de construcción del nosotros es la nación. En la actualidad este concepto está ligado a la idea de Estado, o lo que es decir lo mismo, en esta época en que el Poder social se impone por la fuerza del Estado-nación, el Estado hace suyo, toma para sí, el concepto de nación. Pero simultáneamente conviven con esta apropiación ideológica de la idea de nación, comunidades, conjuntos de personas, que se reconocen a sí mismas en un nosotros que caracterizan como nación sin Estado. Este es nuestro caso.

Esta contraposición ideológica es posible rastrearla incluso en el ámbito de la lexicografía. En el Diccionario de la Real Academia de la lengua española, la lengua oficial del Estado Español que debe ser conocida por todos sus ciudadanos por mandato constitucional, Nación viene definida de la siguiente manera:

(Del lat. natĭo, -ōnis).
1. f. Conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno.
2. f. Territorio de ese país.
3. f. Conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común.

Vemos que la primera acepción esta focalizada por la idea del Estado a través de la expresión ‘el mismo gobierno'. La idea central es el gobierno, los gobernados y el territorio que se controla. Secundariamente, en la tercera acepción se incluyen otros factores.

No disponemos todavía de un equivalente a este Diccionario para el euskera, por lo que hemos acudido a la Enciclopedia más utilizada en este idioma, Harluxet, donde encontramos la siguiente definición:

1. Lurralde jakin batean bizi diren eta etnia, hizkuntza, historia eta ohitura berak dituzten pertsonen multzoa, bere burua berezko nortasuna duen talde etniko eta politikotzat hartzen duena.
2. (hedaduraz) Gobernu beraren menpe dauden herrialde bereko biztanleen multzoa.
[1. Conjunto de personas que viven en un territorio determinado, que tienen la misma etnia, lengua, historia y costumbres, y que se consideran a sí mismos con una identidad propia como grupo étnico y político.
2. (Por extensión) Conjunto de habitantes de un mismo territorio bajo la autoridad de un mismo gobierno.]

Aquí la idea de Estado pasa a un segundo lugar e incluso se especifica que se trata de un deslizamiento semántico a partir de la primera acepción. Lo que se prioriza, la idea matriz es que existen una serie de cuestiones expresadas por los términos historia, idioma, etc., susceptibles de ser compartidas por un conjunto indeterminado de personas que habitan en un territorio concreto. Estas cuestiones aunque de una manera algo más difusa aparecen también en la que hemos visto era la idea secundaria en el Diccionario de la RAE. Estos términos aparecen también reflejados en el título de este artículo, lo cual no es por casualidad, y sobre ellos hablaremos más tarde.

Nosotros somos una nación sin Estado, lo cual lleva a mucha gente a pensar que no somos una nación. Y además estamos divididos entre dos Estados, que nos niegan, desde luego, nuestro caracter nacional. Dentro del Estado Español, donde se nos reconoce cierta oficialidad, estamos divididos en dos estructuras administrativas, llamadas comunidades autónomas, diferentes. Por un lado Euskadi, por otro lado Navarra. Se achaca aquí comunmente al Estado, o a los Estados, esta situación de división, pero, sin negar que el Estado (los Estados) trabaja(n) con todas sus herramientas para fomentar esa división, sin embargo las cosas son bastante complejas.

Lo cierto es que es que no hemos articulado un nosotros en el que la mayoría de la gente se engarze. No podemos decir que hayamos llevado a efecto la construcción simbólica de la comunidad. De hecho, ni siquiera tenemos un nombre que nos identifique como nación. Hoy en día, sobre todo en Navarra, hay muchas personas para las que la expresión “nosotros los vascos” está totalmente enfrentada, de manera excluyente, a la expresión “nosotros los navarros”, aunque para algunos sean sinónimas y para otros la segunda se incluya en la primera. ¿Somos vascos? ¿Navarros?

Intentaré explicar esta situación.

Resulta que nosotros hemos tenido nuestro propio Estado. Desde mediados del siglo XII nuestro Estado se llamaba Reino de Navarra. El rey Sancho VI el Sabio ejercía su potestad sobre el conjunto de territorios de población vasca al sur de los Pirineos. Hasta esa época el corónimo utilizado para nombrar esa institución era reino de Pamplona, pero en 1162 se registra el primer documento que utiliza de forma oficial la nueva denominación: «Regnante rege Sancio in Navarra...».

La documentación de la administración del reino se escribía en latín, pero en un documento que lleva el sello de este rey, fechado en 1167 se lee: «... quod Orti Lehoarriç faciet ut lingua navarrorum dicitur unamaiçter...», esto es, «... que Ortiz Lehoarriz pondrá, como se dice en la lengua de los navarros, un mayoral de pastores...». La lengua de los navarros como el lector avezado puede comprobar es el euskera.

El historiador José María Lacarra decía[2] al referirse a los fondos documentales medievales navarros que se vislumbraba a través de ellos “el pasado de un pueblo que se expresa por escrito en un  idioma que no es el que habla, y que el suyo se le escapa a través de los documentos”. Aún así en esa documentación que él estudió y transcribió aparece información muy valiosa sobre el euskera medieval (“topónimos, nombres de persona, apodos y alguna palabra suelta”)[3] y, lo que nos interesa en este momento, la identificación de esa lengua, que en algunos textos monacales es calificada de lengua de los campesinos[4], con un etnónimo que procede de la Antiguedad clásica, vascones, del que derivan, tras una complicada trayectoria, los que hoy sirven mayoritariamente para denominarnos en la mayoria de los idiomas europeos: vasco, basque, baskijski, bascais, baskisch, baskiska...[5] En documentos del monasterio de Leyre de 1060 y 1085,«Unam terram que est in loco quod dicitur in basconea lingua Mussiturria» (una tierra que está en el lugara llamado en lengua vascona Mussiturria); «Vineam que est in loco quem bascones vocant Ygurai mendico» (viña que está en el lugar que los vascones llaman Ygurai mendico).

De esta identificación surge la denominación vascuence para el euskera (baskontz, 1288; basconz, 1300; lingua basconcii, 1376; bascuentz, 1276; bascuenç, 1349; bascuenz...) seguramente a partir de la expresión vasconice loqui 'hablar a lo vascón, a la manera de los vascones' que será a la larga la predominante en la documentación en lengua romance posterior. De esta denominación surge el adjetivo vascongado para denominar al vascohablante, como equivalente de euskaldun. Todo este léxico lo encontramos en el Fuero General de Navarra, la primera Constitución del reino, escrita en el siglo XIII, que contiene palabras y expresiones euskéricas, en ocasiones integradas sin más en el texto: «De casa deven yr a la veylla o el echaiauna o ela echandra». En otras ocasiones se especifíca: «Hay otra pecha que es clamada alfonsadera, en basquenz ozterate» (...) «en logares en la cayll, que dice el bascongado erret bide» Y también «Et por tal ferme dize el navarro gayces berme.» (...) «Otrossí (...) don dize el navarro ones berme»[6].

Vemos pues que el apelativo navarro tenía un contenido lingüístico que lo hacía sinónimo de vascongado o hablante del euskera. De esta manera hay que entender las referencias a los navarros que aparecen en distintas cartas fundacionales de ciudades como Estella (1090) y San Sebastián (1150) que hacen referencia siempre a la población autóctona euskaldún, asi como la denominación Navarrería de un barrio de Pamplona que debía estar poblado por vascohablantes monolingües, frente a los barrios de San Cernin y San Nicolás, donde habitaba población franca procedente del Sur de Francia, que hablaba en lengua occitana. Incluso en comarcas periféricas o entre colectivos específicos aparece el apelativo navarro para denominar al euskaldún, al portador de la lengua navarra[7].  Así se explica la abundancia de este apelativo en la comarca de La Ribera, situada en el valle del Ebro, en el extremo sur de Navarra, donde la lengua vasca era seguramente minoritaria. En el Libro del monedaje de Tudela de 1353, que es una especie de censo para el cobro de un impuesto, lo vemos aplicado incluso a gentes de religión musulmana como es el caso de los moros de Ribaforada Audella Navarro, Alhag de Navarro, Yuçe Navarro, Mahoma Navarro, Ybraym Navarro, y Hamet de Navarro, o de los moros de Cascante Mahoma Navarro e Yça Navarro. En este sentido no es sorprendente que se denomine así a personajes judíos de Pamplona, como Jento  Navarro y Salomon Nafarro, que vivirían en un ambiente euskaldún[8]. De esta manera también se puede entender que en el año 1237 la ciudad de Tudela, integrada en el Reino desde el año 1119 (ya que anteriormente, desde el siglo VIII, había formado parte de Al-Andalus, el territorio peninsular bajo dominación musulmana) identificara a Navarra como comarca distinta de la propia, lo cual era cierto desde el punto de vista lingüístico[9].

El etnónimo navarro había aparecido por primera vez en las fuentes históricas en los llamados anales carolingios, entre los siglos VIII y IX. Se llama así al conjunto de crónicas escritas alrededor de la figura y los hechos históricos protagonizados por el rey franco Carlomagno, y su familia, que pretendió restaurar el Imperio Romano de Occidente. En estas crónicas se nombra por primera vez a los navarros en relación con la batalla de Orreaga o Roncesvalles acaecida en el año 778, que tuvo una gran repercusión en todo el Occidente a través del poema épico La chanson de Roland, escrito a finales del siglo XI. Los anales estaban escritos en los monasterios por distintas manos, y en las copias de los manuscritos se iban interpolando sucesos acontecidos o versiones nuevas, etc., por lo que la información que nos ha llegado es bastante confusa, incluso el alcance de los nombres geográficos es muy impreciso.  Esto lo veremos en los acontecimientos que nos conciernen[10]:

En los anales Mettenses (muy propagandísticos a favor de Carlomagno) se dice que en el año 778 Carlomagno llegó a la ciudad de Pamplona (ad Pampilonam urbem pervenit), que fue conquistada y destruida (Pampilona firmissima civitate capta atque destructa) y sometidos los hispanos, los wascones[11] y los navarros (Hispanis, Wasconibus et navarris subiugatis). Aquí no se menciona su derrota, sino que regresó victorioso a su patria.

En los Anales Laurisenses se dice que destruida Pamplona (Pampilona distructa) son sometidos los hispano-wascones y los navarros (Hispani Wascones subiugatos, etiam et Navarros). Este dato concuerda con el cosmógrafo de Rávena que en el siglo VII había diferenciado Spanoguasconia (Vasconia hispana) de Guasconia “quae antiquis Aquitania dicebatur[12].

En los Anales escritos por el monje Eginhardo, ya tras la muerte de Carlomagno en el año 814, se dice que el ejército franco pasa los Pirineos por la región de los wascones (in regione wasconum Pyrinei iugo) y que la ciudad de Pamplona era de los navarros (Pampelonem Navarrorum oppidum adgressus) y que después de destruir sus murallas, de vuelta a su patria, los wascones le estaban esperando en lo más alto de los Pirineos (in cuius summitate wascones insiddis colocantis), y le hicieron encajar una severa derrota. Después se dice que el territorio de los navarros llegaba hasta el nacimiento del río Ebro (apud navarros ortus), y aunque la referencia geográfica no sea exacta, puede aplicarse al conjunto de los territorios de habla vasca.

Los anales fuldenses mencionan también la destrucción de Pamplona y el sometimiento de wascones y navarros (wasconibus et nabarris subactis revertitur in Franciam).

En la Vita Ludovici Pii escrita por un autor que es denominado Astrónomo se narra también la batalla de Roncesvalles y al hablar de una rebelión de los vascones dice "los vascones de nuestro lado que viven en la zona pirenaica” (sed et Wasconum citimi, qui jugi propinqua loca incolunt).

Podemos observar pues que no está muy definida la entidad  de vascones y navarros. Por un lado parece que se sigue una tradición que sitúa a los vascones a ambos lados de los Pirineos, y donde aparece un grupo humano denominado navarro que no es muy bien definido, y por otro lado sobre todo en la obra de Eginhardo se sitúa a los navarros al sur de los Pirineos y a los vascones al Norte. Esta es la fórmula de denominación que encontraremos en una obra del siglo XII que tuvo mucha repercusión en la historiografia europea, fórmula que se mantuvo hasta el siglo XVII.

Se trata del Liber Sancti Iacobi (Codex Calilixtinus), conjunto de textos escritos en torno al fenómeno europeo de las peregrinaciones medievales a Santiago de Compostela (Galiza). En esta obra se diferencia a los navarri de los bascli. Aquí el término vascones ha sido sustituido por bascli[13], pero expresa la misma diferenciación que estimabamos en Eginhardo. Pero a pesar de esta diferenciación se dice que son de una misma naturaleza y cualidad[14]:

"Navarros y vascos tienen características semejantes en las comidas, el vestido y la lengua, pero los vascos son de rostro más blanco que los navarros. Los navarros se visten con ropas negras y cortas hasta las rodillas como los escoceses y usan un tipo de calzado que llaman abarcas, hechas de cuero con el pelo sin curtir, atadas al pie con correas y que sólo envuelven las plantas de los pies, dejando al descubierto el resto. Gastan, en cambio, unos mantos negros de lana que les llegan hasta los codos, con orla, parecidos a un capote, y a los que llaman sayas. Como se ve, visten mal, lo mismo que comen y beben tambien mal, pues en casa de un navarro se tiene la costumbre de comer toda la familia, lo mismo el criado que el amo, la sirviente que la señora, mezclando todos los platos en una cazuela, y nada de cucharas, sino con las propias manos; y beben todos del mismo jarro. Cuando les ve uno comer, le parecen perros o cerdos. Y oyéndoles hablar, te recuerdan los ladridos de los perros, por lo bárbaro de su lengua. A Dios le llaman urcia, a la madre de Dios, andrea Maria, al pan orgui, al vino ardum, a la carne aragui...".

Como se puede apreciar el autor de este texto no apreciaba precisamente a los navarros. El autor de estos textos era franco, y parece transmitir los odios acumulados por los francos establecidos en el camino de Santiago contra la población autóctona, aunque también hay que considerar la tradición anti-euskaldun de las fuentes francas, producto de la resistencia de los vascones a la dominación carolingia[15]. De cualquier forma, nos ofrece el primer vocabulario conocido de la lengua vasca y nos permite conocer importantes datos etnográficos sobre ellos. Es tajante su afirmación de que son un pueblo diferente de todos los demás en sus costumbres y en su naturaleza, aunque en esta afirmación, así como en la propia división de navarri y bascli hay un grado alto de componente ideológico.

Se distingue aquí entre el Tellus Navarrorum o territorio de los navarros que corresponde al de los euskaldunes peninsulares y el Tellus Basclorum que corresponde al situado al norte de los Pirineos. De esta forma vemos que se califica explicitamente de comarcas navarras a Vizcaya y Alava[16], que hoy en día forman parte de Euskadi. Además las fronteras con Castilla no se sitúan en el rio Ebro sino en los montes de Oca en la provincia de Burgos, lo cual concuerda con las investigaciones lingüísticas que sitúan en esa comarca la frontera del euskera en el siglo XIII.

Curiosamente las fuentes hispanas[17] no empiezan a utilizar el término navarro hasta bastante más tarde que los cronistas francos. No aparece en las dos grandes obras historiográficas de la monarquía asturiana, la Crónica Albeldense y la Crónica de Alfonso III, escritas en los últimos años de siglo IX (la primera con notas sobre los reyes de Pamplona datadas hacia el año 976[18]), tampoco en la Genealogías de Roda escritas a finales del siglo X, que aportan abundante información sobre los reyes de Pamplona. No es hasta la Historia Silense, escrita en el segundo decenio del siglo XII por un monje de Silos que manejó los anales de Eginhardo que no aparece el etnónimo navarro precisamente describiendo la batalla de Roncesvalles cuando se cuenta que al regresar Carlomagno de Hipania intentó destruir Pamplona, plaza de los moros[19] (Porro cum in reditu Pampiloniam, Maurorum oppidum) y al cruzar los Pirineos los navarros le atacaron desde las alturas (Navarri de super incursantes agredientur). Posteriormente se dice que el rey Fruela (757-768) dominó a los sublevados navarros (domuit quoque Navarros) y allí tomó esposa llamada Munnia[20]. Por lo demás otras veces habla de los pamploneses, Pamplona, etc.

Es difícil precisar los motivos de este décalage. Podríamos suponer que en los manuscritos carolingios se han producido interpolaciones tardías, o al menos interpolaciones posteriores a las primeras redacciones, algo que es congruente con el modo en que fueron transmitidos. Esto nos diría que en el año 778 todavía no era conocido ese etnónimo, pero no nos dice cuándo apareció, a partir de qué fecha podemos hablar de un grupo social que se identifica con ese nombre. Por otra parte la omisión de ese nombre por parte de las fuentes del reino asturiano es factible explicarla con un verbo moderno, ningunear.  Significa acallar, no significar, no nombrar algo que no se desea que exista. Los monarcas asturianos se autorepresentaban como herederos de la monarquía hispana visigótica y no admitían la presencia de otra fuente legitimadora de poder. Sus crónicas si que hablan de los vascones, aunque generalmente refiriéndose al pasado. La crónica Albeldense (año 883) relata los enfrentamientos contra los vascones de los reyes godos desde Eurico (466-488) hasta la fecha de redacción, cuando utiliza para ensalzar la gloria guerrera del rey Alfonso III, reinante en aquel momento, la expresión “valiente contra los vascones” (fortis in Vascones)[21].

Buscando otros datos históricos que pudieran precisar la época de aparición del vocablo navarro, podemos acudir a los datos de la toponimía, con las precauciones que la materia requiere. Tenemos una serie de poblaciones en la Península que son fundadas en el proceso de repoblación asociado a la extensión de los reinos cristianos sobre territorio en manos musulmanas. Muchas de esas poblaciones llevan el nombre del grupo étnico que efectúa la repoblación. Los nombres conmemorativos de nuevas poblaciones repobladas por euskaldunes se forman en gran parte con el apelativo Báscones. Hemos de destacar que los más cercanos a Navarra, los primeros fundados, se escriben con b-, todos ellos en las provincias de Burgos, Soria, Asturias y uno en Galicia. A este grupo pertenecen: Villabáscones, Bascuñuelos, Basconcillos, Báscones, Bascuñana, Bascos y Bascois, este último en Galicia. En cambio, los más lejanos, cuando la conquista iba muy avanzada, se ven con v-, como los de Galicia, Portugal y Toledo. Podemos citar de este segundo grupo, Vascos, Vascons, Vasconcellos y Vascao en Portugal; Vascos en Toledo. Pero en 950 aparece Villa Vascones cerca de Burgos, con v- y en León, en el siglo XI, existía Uascones también denominada Villa Uascon.

Por otra parte según el historiador Ricardo Cierbide durante el reinado de Alfonso I, rey de Pamplona y Aragón, en el primer tercio del S.XII,  diversos contingentes militares navarros se asentaron en el valle del Duero hasta Salamanca dando lugar a las poblaciones de Narros en Soria (Narros de Cuéllar, de Saldueña, del Monte, del Castillo, del Puerto, de Matalayegua), Narrillos (del Rebollar, del Valduncial, del Alamo, de San Leonardo) en Ávila y Salamanca. También encontramos otras poblaciones con el componente Naharros y Navarros.

Vemos que le etnónimo navarros debía estar ya bien afincado a comienzos del siglo XII, cuando aparece la primera mención en la Historia Silense, pero también tenemos el dato de que los primeros movimientos de repoblación peninsulares no nos dan cuenta de él sino del etnónimo vascones.

Por otra parte el nombre Nabarra, y su variante Nabar, fué ampliamente utilizado como antropónimo hasta el siglo XVI. Se encuentra documentado por primera vez, dona Nabarra,  en el monasterio de Iratxe el año 1198.

Respecto a la etimología de Navarra se han ofrecido distintas hipótesis. La más clásica, defendida ya por José Moret y Arturo Campión, historiadores del siglo XVII y XIX respectivamente, es la que la relaciona con naba “llanura próxima a las montañas, vertiente, barranco” más el sufijo -ar “natural de”, con lo que se querría caracterizar a los habitantes de la Cuenca de Pamplona en contraposición a los habitantes de los valles pirenaicos. El historiador contemporaneo Martín Duque, que toma en consideración que en algunas crónicas aparecen diferenciados navarros y pamploneses, realiza una asimilación de los Navarri a los aratores, en base al significado de nabar ‘reja de arado’, mientras los Pampilonenses se referiría a la aristocracia local. Según esta opinión el término navarri haría más bien referencia a un grupo social específico que a un grupo étnico. Por otro lado la raíz nabar también ha sido interpretada como ‘pedregal’, estando presente en distintos topónimos pirenaicos como Benabarre, Navarrui, Navarri, Navarrué, Navardún o Navarra. Por su parte el euskerológo Jean-Baptiste Orpustan[22] dice de nabar  que en el léxico antiguo ha debido nombrar la paleta de colores intermedios y cambiantes alrededor del ‘verde’, y que ha dado sin duda su nombre a Navarra,“quizás porque en ella se mezclan las tonalidades oscuras de las zonas atlánticas montañosas y boscosas a las que el nombre convendría directamente y las más claras y secas del valle mediterráneo del Ebro”. También indica su aparición en toponimia bearnesa remitiendo según él al nombre del Reino de Navarra y a su empleo como nombre étnico.

Es interesante la opinión del lingüista Alfonso Irigoyen que documenta Nabar en Bearne[23] (1338 Guilhem Nabarr, Guilhem Navar), afirmando que está bien atestiguado en area vasca como nombre de persona, pudiendo ser el equivalente del apellido Pardo[24]. Quizás podríamos asimilar este sentido de nabar con la afirmación del autor del Liber Sancti Iacobi de que “los vascos son de rostro más blanco que los navarros”, y pensar que el apelativo surgió a partir de la necesidad (ideológica) de diferenciar a los vascones del sur y del norte.

Existen más explicaciones, unas más fantasiosas que otras, pero como vemos las más coherentes encuentran su etimología en la lengua vasca.

Sea como sea, resta incierto el origen de los términos navarri y Navarra, de modo que no se pueden extraer conclusiones históricas a partir de su consideración. Lo que si parece estar claro es que la actual denominación en euskera, Nafarroa, procede del primitivo Nabarra. El gentilicio que hoy utilizamos en las formas nafar/napar ‘navarro’ decía Alfonso Irigoyen “que con toda evidencia, ambas variantes son continuación de aquella [nabar], si se tiene en cuenta que la -b- pasó a -f- por ultracorrección, que modernamente alterna con -p-”. Para la forma Nafarroa, que ya encontramos en Axular, Jean-Baptiste Orpustan postula una sucesión directa del castellanizado “nafarro”, aunque otros sugieren la presencia del sufijo -oa, presente también en topónimos como Gipuzkoa, Aezkoa, Zuberoa, etc., u otra explicación intra-vasca.

Respecto al término vascones ya hemos indicado que procede de la antiguedad latina. En la visión del mundo de los romanos la cadena de los montes Pirineos seguía una orientación sur-norte y cuando llegan a los territorios de lo que hoy llamamos Navarra Euskal Herria, lo hacen por dos vías diferentes: Por el Oeste (de ellos) a través del Valle del Ebro y por el Este (de ellos) a través del territorio de la Galia. Estas dos vías diferentes de penetración hará que establezcan una división en los montes Pirineos, que quedará fijada como frontera administrativa dentro del Imperio Romano, aunque sabemos por un conjunto de datos lingüísticos, etnográficos y arqueológicos que los Pirineos no eran una frontera sino un nexo de unión para los pueblos que habitaban a sus pies. El caso es que al Norte (nuestro) de los Pirineos los romanos situarán a los aquitanos, Y al Sur (nuestro) situarán a los vascones. Julio Cesar sitúa a los aquitanos entre el Rio Garona, los Pirineos y el océano, y dice que son diferentes de los Galos, que en su lengua se llaman Celtas, (qui ipsorum lingua Celtae, nostra Galli) por el idioma, las costumbres y las leyes (lingua, institutis, legibus inter se differunt). Con el Imperio el referente geográfico aquitano se ampliará hasta abarcar todo el Sudoeste de la Galia, pero en el siglo IV los habitantes de la antigua Aquitania conseguirán separse de sus vecinos galos y crear la Provincia Novempopulana. En el siglo I el geógrafo griego Estrabón afirmó que en lengua y aspecto los aquitanos eran distintos de los galos pero similares a los íberos. Esta afirmación ha sido entendida de distintas maneras, pues no se sabe si Estrabón se refería a los íberos propiamente dichos, es decir a los hablantes de la lengua íbera, o a los habitantes de Iberia en general, por lo que algunos han estimado que la similitudes se debían atribuir a los vascones y otros vecinos peninsulares.

Los principales autores latinos de los que obtenemos noticias de los vascones son Tito Livio, Estrabón y Ptolomeo. Al historiador Tito Livio (c. 50 ane-17) debemos una de las primeras[25] referencias históricas a este pueblo, que lo sitúan en la zona del Valle del Ebro ( ...per vasconum agrum ducto exercito... ). Los geógrafos grecorromanos Estrabón (64 ane- 19) y Ptolomeo (c. 85 - c. 165) nos aportan datos sobre las ciudades, las calzadas, los modos de vida, etc., de manera que a partir de estas informaciones se han podido trazar mapas de los territorios atribuidos a cada pueblo. Pero resulta muy dificil precisar a que realidad social concreta se refieren al nombrar estos pueblos (populi). No sabemos hasta qué punto hay que aplicarles una conceptualización étnica. Tampoco se puede darles un contenido político unitario, pues se ignoran las formas de soberanía indigena, la subordinación de unos núcleos a otros o los límites de esos poderes. La naturaleza misma de los datos, fragmentaria, ambigua, difusa, oscura a veces, ha dado lugar a numerosas controversias, algunas ya superadas, otras absurdas, otras necesarias. Teniendo esto presente podemos decir que  los límites que estos autores latinos dibujan para los vascones marcan unas fronteras similares a las de la actual comunidad autónoma de Navarra, aunque por el Norte tenía una salida al mar por Oiasso (actual Irún y Hondarribia), por el sur se extendía por la margen derecha del Ebro llegando a la divisoria de aguas de los rios Duero y Ebro, y siguiendo el curso de este río llegaba hasta cerca de Zaragoza y por el este ascendía hasta los Pirineos. En la articulación de este espacio tuvo mucha importancia la fundación de Pamplona, que en lengua vasca es llamada Iruñea ‘la ciudad’, ya que cuando se consolida el reino de Pamplona en el siglo X como hemos visto, sale a la luz la pervivencia de una lengua prerromana y preindoeuropea.

Recapitulando: en 1162 existía una nación con un estado, una  lengua, un territorio, una historia, unas costumbres propias, etc.

En 1200 se produjo un hecho histórico que a la larga conllevaría la imposibilidad para esa nación de mantenerse soberana entre las naciones-estado europeas. El reino de Castilla conquisto militarmente Araba, Gipuzkoa y el Duranguesado que en aquella época llegaba hasta Bilbao, y las tierras de habla vasca ya no volvieron a estar más unidas. Eso debilitó a Nabarra, que acabó siendo conquistada por Castilla en 1512, aunque el reino se mantuvo independiente durante un siglo más en una porción al norte de los Pirineos, y al euskera.      Navarros y vascos empezaron a verse como pueblos separados e incluso el euskera pareció dividirse en dos lenguas:

Ya en 1272 "General Estoria" mandada escribir por Alfonso X el Sabio de Castilla y que pretendía contar la historia del mundo se afirmaba "De los linages de Japhet que poblaron Europa ouo y muchos de ellos que usaron de la lengua que dezimos latina e otros que ouieron otros lenguajes. Los griegos han el suyo apartado (...) et otrossí los vascos e los nauarros".

En 1492 Nebrija, ideólogo castellano,  escribía en el prólogo de su Gramática Castellana: "I cierto assí es que no sola mente  los enemigos de nuestra fe que tienen la necessidad de saber el lenguaje castellano, mas los vizcainos, navarros, franceses, italianos i todos los otros que tienen algún trato i conversación en España y necesidad de nuestra lengua".

En la ciudad de Huesca, en el Pirineo aragonés las Ordenanzas municipales del  año 1349  prohibían a los “corredores” municipales (intermediarios en las compra-ventas) utilizar en su trabajo la lengua árabe (algarabía),  hebrea (abraych), o el euskera (basquenç), lo cual prueba que dichos idiomas, junto al romance, que se hablaban en aquella ciudad[26]. Pero en un documento del año 1561 se recoge una prohibición similar a los corredores de la “Cofradía de los mercaderes”, en la que el euskera es dividido en bizcayno y nabarro.

Pero incluso dentro de la antigua nación iran surgiendo dos historiografías, dos visiones del mundo, dos ideas nacionalitarias separadas, dos nosotros. Un nosotros vasco-cántabro-vizcaíno cuyo pionero es Esteban de Garibay (1533-1600) con su obra Quarenta Libros del Compendio Historial (1556-1566), y que llega hasta Sabino Arana y el nacionalismo vasco y un nosotros navarro cuyo precursor es Arnaud Oihenart (1592-1667) con su Notitia utriusque Vasconiae (1638), que llega hasta Arturo Campión y la Asociación Euskara de Navarra.

En el siglo XX parecía que ambas visiones habían logrado converger para poder salvar al euskera y al pueblo del euskera del exterminio, pero...


Nota Bene: Euskaltzaindia, la academia de la lengua vasca, en una norma publicada el 23 de julio de 2004 dice:

Araba, Bizkaia, Gipuzkoa, Lapurdi, Nafarroa (Beherea eta Garaia) eta Zuberoa batera izendatzeko erabil bedi Euskal Herria izena.
[Para denominar conjuntamenta a Alava, Vizcaya, Guipúzcoa, Labort, Navarra (Baja y Alta) y Sola utilícese el nombre Euskal Herria.]

Espero que el lector haya comprendido por qué nosotros preferimos llamar a nuestra nación, Nabarra o Navarra Euskal Herria.







[1] Hay idiomas que diferencian entre un nosotros inclusivo que incluye al (a los) receptor(es) y un nosotros exclusivo, que lo(s) excluye. No se pretende aquí un analisis exhaustivo del tema, sino sólo mostrar el lugar del que se parte en todo proceso de construcción de una idea nacionalitaria.
[2] Lacarra, José María, Vasconia Medieval. Historia y Filología, San Sebastián, 1957, p. 9.
[3] Esta documentación fue estudiada por Koldo Mitxelena en Textos históricos Vascos, Minotauro, Madrid, 1964.
[4] En un documento de donación de 1046: «quendam montem qui dicebatur rustico vocabulo Ataburu» (cierto monte denominado con vocablo rústico Ataburu). En un texto de 1079: «Soto uno qui dicitur a rusticis Aker Çaltua. Nos possumus dicere Saltus ircorum, Soto de ueco» (Un soto al que los rústicos llaman Aker Çaltua). El adjetivo rústico derivado del latín rus ‘campo’ fue aplicado a la población campesina y a sus hablas, en este caso a los vascohablantes
[5] Se desconoce la etimología de vascones. Se ha asociado al nombre del euskera en esta misma lengua, pero de manera imprecisa. Además la primera documentación de las voces euskera y Euskal Herria son del siglo XVI.
[6] Mitxelena, Koldo, Textos arcaicos vascos, Minotauro, Madrid, 1964, pp. 51-56
[7] Sainz Pezonaga, Jabier, “Antroponimia medieval euskérica en la Ribera tudelana” in Fontes Linguae Vasconum. Studia et documenta, Nº 93, Mayo-Agosto 2003, Institución Principe de Viana, Pamplona, pp. 337-342. En Internet www.euskalnet.net/jabiersainz
[8] Téngase en cuenta que entre las familias judías más importantes de Pamplona estaban los Ederra, como en Estella los Ezquerra, de apellido euskaldún.
[9] En Yanguas y Miranda, José, Diccionario de Antigüedades del Reino de Navarra, Institución Príncipe de Viana, Pamplona , 2000 [1ªed. 1840], pp. 645 y1096, se transcribe un documento de 1237 donde se habla de «los ommes que fueron á Navarra demandando consello...». En esta misma obra se apunta un documento de otra población cercana a Tudela, Peralta, sin fecha, que el autor supone del siglo XII, en el que, al relacionar a ciertas personas de apellido euskérico se las considera procedentes de Navarra: «Garcia Elhiart, venit de Navarra (...) Sancia Zuria, venit de Navarra...».
[10] Cf. Pérez de Laborda, Alberto: Guía para la historia del País Vasco hasta el siglo IX, Txertoa, Donostia, 1995.
[11] Según Bernardo Estornés Lasa, que ha estudiado el tema de la grafía del étimo vascones, la tendencia a escribir con v- es propia de los latinos, la tendencia a escribir con w- es de los germanos, y la tendencia a escribir con b- es de los iberos, árabes y vascos romanizados. Detrás de estas exteriorizaciones escritas existía, indudablemente, el modelo oral que no sería exactamente ni /v/, ni /w/, ni /b/.
[12] El nombre de Vasconia aparece por primera vez en el año 602. A partir de una pronunciación germánica Wasconia derivaría en Guasconia, hoy en día Gasconha (Gascogne en francés, Gascuña en castellano). Al perderse la lengua vasca en la mayor parte de la primitiva Aquitania, la lengua derivada del latín propia de este territorio, que guarda una gran influencia de su sustrato vasco, se llamó gascón. En euskera, al Norte de los Pirineos, gaskoi o kaskoi pasó a ser sinónimo de erdaldun, hablante de una lengua extraña. 
[13] Se trata de un derivado del latín uasco, utilizado ya por los poetas latinos, que como advierte Mitxelena (1984) “no es sino el caso recto, desprovisto conforme a un esquema frecuente en esa lengua de la nasal de otros casos, entre los cuales se cuentan todos los del plural, incluido el nominativo-vocativo”.  En los anales carolingios encontramos a menudo el apelativo wasco para especificar la ascendencia de determinados personajes. El nominativo plural es reinterpretado como vasci/basci. En la aparición de la lateral se ha querido ver la influencia de la voz euskal, forma en composición de euskara, lengua vasca en esta lengua, aunque esto es muy dificil de precisar.
[14] “Navarri et bascli unius similitudinis et qualitatis, in cibis scilicet et vestibus et lingua, habentur, sed Bascli facie candiditores Nauarris approbantur. Navarri pannis nigris et curtis usque ad genua tantummodo, Scotorum mode, induuntur et sotularibus, quos lavarcas vocant, de piloso corio scilicet no confesto factas, corrigiis circa pedem alligatas, plantis pedum solummodo involutis, basibus nudis utuntur. Palliolis vero laneis, scilicet atris, longis usque ad cubitos, in effigien penule fimbriatis, quos vocant saias utuntur. Hi vero turpiter vestiuntur et turpiter comedunt et bibunt. Omnes namque familia domus Navarri, tam servus quam dominus, tam ancilla quam domina, omnia pulmentaria simul mixta in uno catino, nom cum coclearis sed manibus propiis, solet comedere, et cum uno cipho bibere. Si illos comedere videres, canibus edentibus uel porcis computares. Siqut illos loqui audires, canum latrancium memorares. Barbara enim lingua penitus habentur. Deum vocant urcia; Dei genitricem andrea Maria; panem orgui; vinum ardum; carnem aragui...”.
[15] En lós anales carolingios citados aparecen numerosas referencias a esta resistencia.
[16] “En ciertas regiones de su país, en Vizcaya y Alava, cuando los navarros...” (In quibusdam horis eorundem , in Biscaglia scilicet et Alava, dum Navarri...).
[17] Nos referimos a las fuentes cristianas. Las fuentes musulmanas mencionan Al-Baxkenex, Al-Baxconex (Ibn Adhari), al-Baskunisi, baskunis (Ibn Hayyan, El Yacubi, Yacut). Al Masudi nos da uasxcones y uascones. Al euskera se le llama Bashkiya
[18] En ellas, aunque sólo en algunos manuscritos, se afirma que el año 905  un rey de nombre Sancho Garcés (Rex nomine Sancio Garseanis) surgió en Pamplona (surrexit in Panpilona), sometió a su ley la tierra de Pamplona y ¿Alava? (Arbam namque Pampilonensem suo iuri subdidit), y conquistó un amplio territorio a los musulmanes.
[19] Según la Crónica de Alfonso III también fueron los moros los que atacaron al ejército franco en Roncesvalles (a gentibus sarrazenorum fuit Rodlane occiso)
[20] La crónica de Alfonso III (884) mencionaba a los vascones (Uascones rebellantes superabit atque edomuit) y especificaba que Munnia era una joven esclava de guerra que formaba parte del botín arrebatado a los vascones.
[21] Las citas serían numerosísimas. Se repiten los adjetivos feroces, rebellantes, etc., aplicados a los vascones, y los verbos conquistó (capit), devastó (uastavit), humilló (humiliabit), venció (devicit), dominó (perdomuit), aplastó (contriuit), etc., con sujeto regio y objeto vascón.
[22] Orpustan, Jean-Baptiste, Les noms des maisons médiévales en Labourd, Basse-Navarre et Soule. Ed. Izpegi. Baigorri, 2000.
[23]  Irigoyen, Alfonso,  “Estratificaciones toponímicas de tipo vasco en la Vallée d´Ossau (Béarn)” in De Re Philologica Linguae Vasconicae, V, Bilbo, 1995.
[24] En castellano (RAE) 1. adj. Del color de la tierra, o de la piel del oso común, intermedio entre blanco y negro, con tinte rojo amarillento, y más oscuro que el gris. 2. adj. Dicho especialmente de las nubes o del día nublado: oscuro (que carece de claridad).
[25] Se considera la primera mención a los vascones la que hace Salustio (86 ane-34 ane) relatando un episodio de las guerras sertorianas (…tum romanus exercitus frumenti gratia remotus in Vascones est…), pero no es un texto muy seguro, hay dudas respecto a su interpretación..
[26] Latiegitar Bixente, “Euskera Ueska´ko Urian XIV mendetik XXVII´era”, Euskerazaintza, Nº 45-46, 1999, pp. 12-34: “Item nuyl corredor non sia usado que faga mercaderia ninguna que compre nin venda entre ningunas personas faulando en el algarabia ni en abraych nin en basquenç; et qui lo fara pague por coto xxx soles”




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